¿A QUIEN LE HABLAS MÁS DE TUS TRIBULACIONES?. Primeros pensamientos del día


¿A QUIEN LE HABLAS MÁS DE TUS TRIBULACIONES?

“Mi escudo está en Dios"
(Salmo 7:10)

Cuán falso es, según las Escrituras y la práctica misma, el enseñar un cristianismo positivista donde ya no sufrirás más.
La historia del pueblo de Dios sería imposible de contar si quisiéramos evitar los valles oscuros.

David está en medio de una pelea tan violenta que su cuerpo está débil y apenas puede mantener sus piernas derechas en el ring.
El escribe:
“Líbrame,
no sea que desgarren mi alma cual león,
y me destrocen sin que haya quien me libre"
(verso 1 y 2).

No es difícil ver como sus palabras destilan ansiedad y angustia.
Pero David tiene un arma imposible de igualar para momentos así. El no está escribiéndole una carta desesperada a un amigo. Tampoco se trata de la transcripción de las palabras de David en una junta donde él abre sus miserias ante sus compañeros. ¡NO!
El corre a su gran Ayudador. Recién lo vimos en el verso 1 clamando a Dios:
“Líbrame”.

Augustus Tholuck escribe algo que debemos atar a nuestro corazón:
“El que habla mucho de sus tribulaciones al hombre es apto de caer en el error de hablar poco de ellas a Dios”
(“The Treasury of David” - Charles Spurgeon).

Por supuesto que puede ser útil tener reuniones con hermanos con los que abrimos nuestro corazón. ¡Sí!
Pero qué gran problema cuando sólo tenemos esto. ¡Qué gran problema!
Ante cualquier adversidad, sin excepción, al primero que debemos correr es a Dios. Sólo después de haber derramado nuestros corazones delante de EL podemos hablar de nuestra vida a otros.

Así, con toda sinceridad podremos decir junto a David:
“Mi escudo está en Dios” (verso 10).

“Dulce hora de la oración, dulce hora de la oración
que me llama desde el mundo de preocupación
y me guía al trono de mi Padre
haciendo que sean conocidas todas mis necesidades y deseos.
En las temporadas de sufrimiento y dolor,
mi alma a menudo encontró alivio,
y muchas veces se escapó de la trampa del tentador
por tu regreso, dulce hora de la oración...

Dulce hora de la oración, dulce hora de la oración.
Puedo compartir tu consuelo
hasta que desde el monte de gran altura
vea mi hogar y tome mi vuelo
y así este vestido de carne deje caer y ascienda
para apoderarme del premio eterno
y grite mientras atravieso el aire
adiós, adiós, dulce hora de la oración”

(Himno de William Walford, un predicador ciego del siglo 19)





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