¿Qué significaba ser cristiano para ellos? David Brainerd



En esta serie veremos lo que significaba ser cristiano para hombres y mujeres de Dios en otros siglos.
No vamos a exaltarlos ni adorarlos, como hacen algunos.
Necesitamos ejemplos verdaderos.

Empezaremos con David Brainerd 
Cuando John Wesley estaba predicando en una conferencia, le preguntaron que podían hacer para avivar la obra allí. El respondió: “Que cada predicador lea cuidadosa y detenidamente la  biografía de David Brainerd”.

David Brainerd nació en 1718. Tercero de nueve hijos. Creció en un ambiente cristiano, pero no fue hasta sus veinte años de edad, en un invierno de 1738, que Dios comenzó a obrar en su vida.

“Un día del Señor por la mañana, Dios puso en mí de repente, una percepción del peligro que corría y de la ira de Dios…El marco de las buenas obras en que me había envuelto se desvaneció”, relata David en su diario personal.

A partir de esta experiencia, Dios trató con su vida día a día. Pero no fue hasta un domingo de verano de 1739, cuando en soledad, pudo ver su condición de perdido y el camino de salvación se abrió ante él con claridad.

“¡El deleite que sentí continuó conmigo por muchos días…!” expresaba. Experimentó y entendió allí, que Dios le había escogido desde antes de la fundación del mundo, para ser santo y sin mancha delante de Él. Experimentó y entendió que había sido predestinado para ser adoptado como hijo por medio de Jesucristo para alabanza de la gloria de Su gracia.

Una Iglesia tibia
En aquel entonces, la iglesia en Estados Unidos se presentaba como moribunda y decadente. La vida cristiana pasaba por asentir fórmulas teológicas. Ya no se enfatizaba en el arrepentimiento ni el nuevo nacimiento. Tampoco se hablaba del pecado o la fe salvadora en Jesucristo. El mensaje se resumía a: “¡Sea bueno!”

En sus días de estudiante, escuchó un sermón de E. Pemberton, con un mensaje sobre las oportunidades de la obra misionera entre los indígenas. ¡David nunca olvidó ese mensaje!

Comienza su obra
En el año 1743, con 25 años, comenzó su obra misionera.
Los primeros tiempos no fueron fáciles. Tampoco los que siguieron. Brainerd luchó con su tuberculosis, su soledad, su depresión. Luchó con situaciones difíciles y duras, tal como lo expresara en su diario:

“Mi trabajo es excesivamente duro y difícil. Casi todos los días ando a pie kilómetro y medio, por los peores caminos…esta y otras muchas circunstancias, también malas, me rodean. ¡Que el Señor me enseñe a sufrir penalidades como buen soldado de Jesucristo”. “Hoy no tuve pan, ni manera de conseguirlo…otras veces paso días sin él…”.
Al verse solo en la profundidad de aquellos bosques, sin saber el idioma de los indios, pasó varios días en oración. Pasó días enteros en oración para que el Espíritu Santo le usara poderosamente de modo que aquella gente no pudiera resistir Su presencia.
Una vez pasó toda la noche en oración muy cerca del campamento de los llamados “pieles rojas”.
Sin que él se diera cuenta, algunos de los indios lo habían seguido silenciosamente como serpientes durante la tarde. Se detuvieron detrás de los troncos de los árboles para contemplar la cena misteriosa de una figura de cara pálida que estaba solo postrado en el suelo, clamando a Dios.
Los guerreros de la villa decidieron matarlo sin demora, pues decían, que los blancos le daban un aguardiente a los pieles rojas que los embriagaba y se les llevaban las cestas y las pieles de los animales, y les robaban las tierras.Pero después de cercar furtivamente al misionero que oraba postrado, y escuchar como clamaba al “Gran Espíritu” insistiendo en que salvara sus almas, ellos partieron tan secretamente como llegaron.
Al día siguiente, el joven sin saber lo que había sucedido a su alrededor mientras oraba en el solitario lugar, llegó a la villa en una forma sorpresiva. En el espacio abierto entre las “wigwams” (barraca de pieles) los indios lo cercaban y el joven con el amor de Dios ardiendo en el alma, leyó el capítulo cincuenta y tres de Isaías. Mientras predicaba Dios respondió a su oración de la noche anterior y los indios escucharon el sermón con lágrimas en los ojos.

Desde Marzo de 1744 hasta el verano de 1745, anduvo predicando en diferentes regiones y a diferentes tribus. Anduvo errante en montañas y ciénagas. Estuvo expuesto al frío y al calor del verano. Algunas veces se sentía descorazonado por la oposición al cristianismo. Otras veces se sentía alentado. Pero David tenía en claro su llamado.

Comienza a dar fruto
De repente, aunque dependía de un intérprete, los indígenas comenzaron a responder a su predicación. “El poder de Dios respaldó mi predicación y muchos se vieron movidos a mostrar interés en sus almas, derramar lágrimas y desear que Cristo los salvara”. “Era como si todos a una estuviesen en agonía de alma a causa de querer conocer a Cristo. Cuanto más les hablaba de Dios, de cómo envió a su Hijo para borrar los pecados del hombre e invitarlos a participar de Su amor, más intensa era la pena que sentían …”

Hoy se convirtieron dos almas. Después de conversar con ellos largo rato... Les pregunté que más esperaban que Dios hiciera por ellos, a lo que respondieron: que Cristo nos deje el corazón bien limpio…”
“Prediqué a los indios sobre Is. 53:3-10…la mayoría estaba conmovida y muchos tenían inquietud de alma. Algunos no podían ni caminar ni estar de pie. Se tiraban al suelo con el corazón herido, pidiendo a gritos misericordia. Varios despertaron por primera vez y muchos nacieron de nuevo…”
“Prediqué…. Después al hablar más particularmente con algunos de los que noté más preocupados, el poder de Dios descendió sobre la congregación como un gran y poderoso viento. Yo estaba atónito. Casi todas las personas , de todas las edades se vieron doblegadas de consternación. Ancianos y ancianas que por años habían sido borrachos y niños de no más de seis o siete años de edad, parecían preocupados por sus almas…Se habían dado cuenta del peligro que corrían, de la maldad de sus corazones y de lo triste que es estar sin Cristo, tal como ellos lo expresaron…”
“Por toda la casa y aun afuera, se escuchaban oraciones y súplicas de misericordia. Eran casi unánimes; muchos no podían ni andar ni pararse…”
“La joven descubrió que tenía alma. Antes de terminar el sermón noté que estaba tan convencida de su pecado y necesidad que cual herida por una lanza, gemía sin consuelo. Después del servicio, quedó en el suelo orando fervientemente. Me acerqué a oír lo que estaba diciendo y oraba así: ‘Ten misericordia de mi y ayúdame a darte mi corazón’…”
“¡Reina el amor entre ellos! Mientras predicaba se daban las manos con cariño. Muchos de los demás indígenas, al ver y al oír esto, se conmovían y sollozaban amargamente y deseaban participar del mismo gozo…”

Poco después de la primavera de 1746, se estableció una iglesia. Y después de un año y medio los creyentes llegaron a casi 150. Pero la salud de Brainerd estaba quebrada. Estaba muriendo de tuberculosis. Su obra misionera llegaba a su fin.

Comienza el final
Con sus fuerzas físicas agotadas, consiguió llegar a casa de Jonathan Edwards, el conocido pastor y teólogo, quien era el padre de la novia de David. Allí pasó sus últimos meses.

“¡Ya viene la hora gloriosa! Siempre he ansiado servir a Dios con perfección. Ahora Dios premiará esos deseos”. “No voy al cielo a estar mejor, sino a rendir honores a Dios. No me importa la posición que me den en el cielo, ya sea un puesto alto o bajo; honrar y glorificar a Dios lo es todo”. “Fui hecho para la eternidad. ¡Cómo anhelo estar con Dios y postrarme delante de Él!”.

Finalmente, al amanecer del viernes 9 de Octubre de 1747, David Brainerd murió. Tenía apenas 29 años, cinco meses y once días.


Vida de oración y entrega
Una de las características que más se menciona en sus biografías es que se trataba de un hombre de oración, tal lo refleja su Diario. David escribió:
Lunes 19 de Abril de 1742: “Pedí ayuda y dirección divina, y a que Su tiempo, me envíe a Su mies. Antes del mediodía, sentí el poder de intercesión por las almas inmortales, por el crecimiento del reino de mi amado Señor y Salvador en el mundo…Durante la tarde verdaderamente Dios estuvo conmigo. Mi alma rogó por el mundo y anhelé la salvación de multitudes de almas…”

Martes 20 de Abril: “…¡Que el Señor me ayude a vivir más para Su gloria…”!

Miércoles 25 de Abril: “…Pasé dos horas en devoción privada, agonizando por las almas inmortales… Lo único que quiero es ser más santo, parecerme más a mi amado Señor…”

Lunes 14 de Junio: “Aparté este día para ayunar y orar, para rogar a Dios su dirección y bendición en el desempeño de mi gran trabajo: la predicación del evangelio. Al atardecer Dios me visitó de forma asombrosa durante la oración. Creo que mi alma nunca antes había experimentado tanta agonía…luché a favor de amigos ausentes, de una cosecha de almas, , de multitudes de almas pobres, y de muchos que, para mi concepto, eran hijos de Dios en muchos lugares distantes. Estuve en tanta agonía hasta el oscurecer que mi cuerpo se bañó de sudor. ¡Pero Jesús sudó sangre por las pobres almas! Anhelé tener más compasión hacia ellos”.

Colosenses 4:2-4
“Perseverad”: “aferrarse y no soltarse”
Efesios 6:18-20

Lunes 19 de Julio: “Parece que mis deseos se están cumpliendo desde que se me separé del mundo, moría a el y me crucifiqué a sus seducciones. Mi alma desea sentirse más extranjera y peregrina aquí en la tierra y que nada me distraiga…hasta llegar a la casa de mi Padre”

Lo que David Brainerd escribió a su hermano, Israel, es para todos los cristianos de cualquier época un desafío: «Digo, ahora que estoy muriendo, que ni por todo lo que hay en el mundo habría yo vivido mi vida de otra manera».

Gálatas 5:24; 6:14
“por quién (por “Jesucristo”) el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”.


Luis Rodas


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