Nada extraordinario PRIMEROS PENSAMIENTOS DEL DÍA



“Y tocó su mano, y la fiebre la dejó; y ella se levantó, y les servía” (Mateo 8:15).

Jesús se acerca a aquella mujer con una “gran fiebre” (Lucas 4:38) que estaba “postrada en cama” (Mateo 8:14), toca su mano y la sana.
¿Cuál es su reacción?
“Ella se levantó, y les servía” (Mateo 8:15).

R.T. France explica que la suegra de Pedro simplemente cumple con “el rol esperado de una suegra en el hogar familiar” (“The Gospel of Mark”).
No hace nada extraordinario. Ocupa su lugar en aquella comida de sábado.

¿Acaso no es eso lo que puede esperarse de nosotros?
El Señor no sólo nos rescató un día de la “fiebre” del pecado, sino que, increíblemente, todos los días algo en nosotros se siente inclinado a volver a aquella cama de “fiebre” y es Su mano la que nos mantiene lejos de ahí.

¿Qué es lo que puede esperarse de nosotros?

Hace un tiempo escuché a alguien que en su predicación decía: “Nosotros no podemos servir a Dios. ¿Quienes somos para eso?”.
Creo que aquello no fue más que el peligro de dejarse llevar por las emociones momentáneas sin pasarlas por el filtro inerrante de las Escrituras.
La verdad es que algo así puede sonar muy humilde, ¿no crees? Pero no es más que un error.
Hebreos 12:28 nos ordena que “sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia”. Nos "convertimos de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero” (1 Tesalonicenses 1:9).
Esto, como en aquella mujer recientemente sanada, no es nada extraordinario (Lucas 17:10).
Es la reacción lógica, justa, normal, sensata. Volver a la tarea que se nos ha encargado.
Como personas que deliraban por la fiebre nos entregamos a la idolatría de vivir para servirnos a nosotros mismos, y fuimos rescatados para ocupar nuestro lugar en la mesa: el que sirve (Lucas 22:27).

Por supuesto, aún para esto necesitamos la gracia de Dios.
Oh precioso sanador mío, me es más fácil mostrar el error en una predicación donde se niega que debemos servir a Dios, que no negarlo todos los días en mi vida.
Por favor… rescátame de mi delirante intento diario de volver a ser amo, y que como esposo, padre, cristiano y prójimo sea descrito como Timoteo: “servidor de Dios” (1 Tesalonicenses 3:2).


Luis Rodas


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