La humildad: fruto del compararnos CULTIVANDO UN CARÁCTER PIADOSO



“No nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos, midiéndose a sí mismos, y comparándose consigo mismos, no son juiciosos” (2 Corintios 10:12)

El proceso de llegar a un concepto justo o “juicioso” de nosotros mismos, para medirnos con sensatez, la Biblia lo llama “humillación”:
“Humillaos delante del Señor” (Santiago 4:10).

No se trata sólo de mirarnos e intentar refrenar todos los impulsos de orgullo. Esto puede llevarnos rápidamente a la desesperación.
Sino que debemos “humillarnos DELANTE del Señor”.
¿Qué es esto?
Una vez conocí a una familia muy pobre que formaba parte de una Iglesia que enseñaba la doctrina errónea de la prosperidad. Ellos competían entre sí en todos los órdenes.
Uno de ellos, un día compró un auto que tenía unos 25 años de antigüedad. Al llegar delante de su familia, algunos de ellos salieron un tanto celosos a ver la “nueva compra”, mientras él mostraba su mejor cara de: “miren, esta es la prosperidad del Señor”.
Estaba claro para él que Dios lo consideraba un hijo especial. Esta compra del auto lo atestiguaba.
¿Qué pasó?
Todo su concepto de la situación estuvo medido por el entorno que lo rodeaba. En ese barrio y en esa familia, ya el hecho de tener un auto tenga los años que tenga, era señal de prosperidad.

Pero ¿qué hubiera pasado si esa persona intenta contarle el mismo testimonio de prosperidad a su jefe que vive en un barrio privado?
Imaginemos que lo intenta.
Se sube a su auto y comienza a cruzar la ciudad. Cuando está más o menos cerca, comienza a ver que los autos allí son todos nuevos. El más viejo tiene unos 4 ó 5 años, y puede ver que aún esos autos son de empleados del lugar.
Se detiene, pone sus manos al volante y piensa: “aquí algo está mal”.
Y mientras corren los pensamientos, de pronto, como por milagro, mira y le parece ver a su jefe pasando en su auto. Mira bien, abre grande los ojos, y sí… está viendo bien. Agacha la cabeza y hace un cálculo rápido que lo abate: el auto de su jefe vale más que su sueldo completo por 10 años.
Le cuesta arrancar nuevamente el auto. Cuando lo logra, decide volver a su casa… Regresa dolido, triste, con un sentimiento extraño… pero sin darse cuenta, ese día, adquirió un poco más de cordura...

DESMEDIDAMENTE
La ignorancia de cosas y personas superiores, sea en el ámbito que sea, es promotora de orgullos insensatos.
La ignorancia de lo superior hace que nos creamos grandes siendo inferiores.
Así, la descripción de Pablo en 1 Timoteo 6:4 de un tipo de persona que “está envanecido”, y agrega: “nada sabe”. Y esto siempre lo lleva a hablar y actuar insensatamente: “y delira”.
La ignorancia lo lleva al envanecimiento. Y el envanecimiento es un delirio insensato.

Por esto Pablo al versículo que leímos al principio, añade: “Nosotros no nos gloriamos desmedidamente, sino conforme a la regla que Dios nos ha dado por medida” (2 Corintios 10:13).
El orgullo siempre nace y crece por medirnos en base a una regla torcida (“desmedidamente”), y no "a la regla que Dios nos ha dado por medida”.

Por esto, como cristianos, necesitamos compararnos delante de Dios.
El orgullo crece cuando elegimos las personas y cosas equivocadas para compararnos.
A esto se refiere Santiago al mandarnos: “Humillaos delante del Señor”.
Para encontrar un concepto justo y cuerdo de como somos, quienes somos, quien es la fuente de nuestra virtudes y qué es algo digno de mérito, NECESITAMOS COMPARARNOS PRIMERAMENTE DELANTE DE LA PERSONA CORRECTA: DIOS.
Job lo vivió (Job 36-41), y terminó diciendo: “me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:6).




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